miércoles, 1 de octubre de 2014

Día de las Personas Mayores

Desde aquí y en conmemoración del Día de las Personas Mayores os dejo un par de cuentos, como homenaje a los abuelos y abuelas, que siempre están dispuestos/as a pasar el tiempo con los niños y niñas.

"Las arrugas" (para infantil y primer ciclo)

Era un día soleado de otoño la primera vez que Bárbara se fijó en que el abuelo tenía muchísimas arrugas, no sólo en la cara, sino por todas partes.
- Abuelo, deberías darte crema de mamá para las arrugas.
El abuelo sonrió y un montón de arrugas aparecieron en su cara.
- ¿Lo ves? Tienes demasiadas arrugas.
- Ya lo sé Bárbara. Es que soy un poco viejo... Pero no quiero perder ni una sola de mis arrugas. Debajo de cada una guardo el recuerdo de algo que aprendí.
A Bárbara se le abrieron los ojos como si hubiera descubierto un tesoro, y así los mantuvo mientras el abuelo le enseñaba la arruga en la que guardaba el día que aprendió que era mejor perdonar que guardar rencor, o aquella otra que decía que escuchar era mejor que hablar, esa otra enorme que mostraba que es mas importante dar que recibir o una muy escondida que decía que no había nada mejor que pasar el tiempo con los niños y niñas...
Desde aquel día, a Bárbara su abuelo le parecía cada día más guapo, y con cada arruga que aparecía en su rostro, la niña acudía corriendo para ver qué nueva lección había aprendido. Hasta que en una de aquellas charlas, fue su abuelo quien descubrió una pequeña arruga en el cuello de la niña.
- Y tú, ¿qué lección guardas ahí?
Barbara se quedó pensando un momento. Luego sonrió y dijo...
- Que no importa lo viejito que llegues a ser abuelo, porque...¡te quiero!

"Abuelo y nieto" (Un cuento para reflexionar)

Había una vez un pobre anciano sordo, casi ciego y que apenas podía tenerse sobre sus temblorosos pies. Le temblaban también las manos, y al comer en la mesa derramaba a veces la sopa sobre los manteles.
Su nuera y su mismo hijo estaban muy disgustados con esto, y al fin resolvieron encerrarle en un cuarto, donde le daban de comer en una vieja escudilla de barro.

Entristecíase el anciano con este proceder de sus hijos, y lloraba algunas veces; pero sufría su desgracia sin replicar.

Un día se le cayó la escudilla de barro de entre las manos, cada vez más temblorosas y débiles, y se hizo pedazos en el suelo. Entonces le compraron una tosca escudilla de madera, y en ella le daban la comida.

Los esposos que así trataban al triste padre tenían un hijo de cuatro años, y un día le vieron muy afanado tratando de ahuecar un trozo de madera, al que había redondeado ya por el exterior dándole toscamente la forma de una escudilla.

–¿Qué haces ahí?–le preguntó su padre.

–Hago un comedero para ti y para mamá para cuando seáis viejos.

Miráronse marido y mujer, primero sorprendidos y después avergonzados de lo que habían hecho. Lloraron después, con gran asombro del niño que no podía comprenderlos, y desde aquel día volvieron a comer en compañía del anciano y le trataron con la debida consideración.

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